La noche está fresca, corre una brisa suave y, cruzando la Plaza de Santo Domingo las cálidas luces de la calle Guayaquil dan paso a la imagen de una postal al estilo de los barrios antiguos de París.
Es La Ronda, que renace con aroma a pan fresco, y al son del pasillo Ángel de Luz abre sus puertas a turistas nacionales y extranjeros a visitar este rincón del Quito eterno.
El viejo empedrado se levanta como una alfombra impecable, su estrecho camino alberga historias de poetas, músicos, compositores y amantes del arte. Las casas antiguas adosadas, una tras otra parecen una hilera de niñas uniformadas con mandil blanco y bolsillos a los lados, adornadas con cintas de las banderas del Ecuador y de la ciudad de Quito.
Luces amarillentas resplandecen en el callejón, la noche se estremece con el sonido de los instrumentos de la banda de pueblo, los platillos rechinan, el bombo retumba al son de pasacalles. La Ronda se ilumina con luces de colores, la gente se multiplica y el olor del canelazo invita a grandes y chicos a disfrutar de esta calle tradicional y centenaria.
Pasando la Capilla Reina de la Paz, el pan caliente atrae a las personas que se detienen en la casa 963. Es el lugar donde residen las hermanas misioneras de la niñez.
Agasajar el gusto de los que prefieren el pan integral, de leche, relleno con crema y otros deleites, es una de las funciones de las religiosas. Además, de esa forma recogen ingresos para el hogar de niños que mantiene la comunidad religiosa.
Cruzando la calle el olor a cera caliente llama la atención de los visitantes, quienes se acercan detenidamente a observar cómo se funden los colores. Un candelabro gigante y cantidad de material desperdigado indican que las ‘Velas Jerusalén’ ha tenido un día de arduo trabajo.
“Negra linda, negra mala. Nada. Nada me ha quedado de este tiempo en que me amaste. Cuando solo en mis brazos me juraste”. Bella y atractiva, mujer de tez canela es la negra mala, que con aroma a vino hervido invita a la gente a disfrutar de un sitio de tertulia literaria y bohemia, en esta cafetería.
Sus gradas estrechas rechinan cuando se sube. La madera vieja y mojada guarda recuerdos de la casa 1009, en el año de 1935 funcionaba como el murcielagario, lugar de bohemia donde poetas y músicos se daban cita a partir de las 12h00am. Allí se originaron muchos de los celebres pasillos ecuatorianos.
Poco a poco la noche se va encendiendo, la música se entremezcla mientras se cruza por el callejón, ‘El Chulla Quiteño’ es entonado. Pasacalle compuesto hace seis décadas, nunca será olvidado, aunque el personaje ha desaparecido su canción representativa es una antorcha sembrada en la memoria de Alfredo Carpio, la belleza de la letra cautiva a los visitantes.
Los niños corretean libremente, sus padres admiran la belleza de las casas, una de ellas, la 989 (El Cafeto) invita a un espacio de tertulia y arte, de música en vivo, ambiente alegre y platos tradicionales.
A 20 metros se encuentra el Puente Nuevo, que une la calle Venezuela con la Loja y el barrio de San Sebastián. El Puente Nuevo fue el segundo paso a desnivel de la ciudad, construido de piedra y actualmente iluminada con tonos azulados. Ahora parejas de enamorados transitan por el lugar, se detienen, se susurran al oído y un beso sella la noche.
Es La Ronda, que renace con aroma a pan fresco, y al son del pasillo Ángel de Luz abre sus puertas a turistas nacionales y extranjeros a visitar este rincón del Quito eterno.
El viejo empedrado se levanta como una alfombra impecable, su estrecho camino alberga historias de poetas, músicos, compositores y amantes del arte. Las casas antiguas adosadas, una tras otra parecen una hilera de niñas uniformadas con mandil blanco y bolsillos a los lados, adornadas con cintas de las banderas del Ecuador y de la ciudad de Quito.
Luces amarillentas resplandecen en el callejón, la noche se estremece con el sonido de los instrumentos de la banda de pueblo, los platillos rechinan, el bombo retumba al son de pasacalles. La Ronda se ilumina con luces de colores, la gente se multiplica y el olor del canelazo invita a grandes y chicos a disfrutar de esta calle tradicional y centenaria.
Pasando la Capilla Reina de la Paz, el pan caliente atrae a las personas que se detienen en la casa 963. Es el lugar donde residen las hermanas misioneras de la niñez.
Agasajar el gusto de los que prefieren el pan integral, de leche, relleno con crema y otros deleites, es una de las funciones de las religiosas. Además, de esa forma recogen ingresos para el hogar de niños que mantiene la comunidad religiosa.
Cruzando la calle el olor a cera caliente llama la atención de los visitantes, quienes se acercan detenidamente a observar cómo se funden los colores. Un candelabro gigante y cantidad de material desperdigado indican que las ‘Velas Jerusalén’ ha tenido un día de arduo trabajo.
“Negra linda, negra mala. Nada. Nada me ha quedado de este tiempo en que me amaste. Cuando solo en mis brazos me juraste”. Bella y atractiva, mujer de tez canela es la negra mala, que con aroma a vino hervido invita a la gente a disfrutar de un sitio de tertulia literaria y bohemia, en esta cafetería.
Sus gradas estrechas rechinan cuando se sube. La madera vieja y mojada guarda recuerdos de la casa 1009, en el año de 1935 funcionaba como el murcielagario, lugar de bohemia donde poetas y músicos se daban cita a partir de las 12h00am. Allí se originaron muchos de los celebres pasillos ecuatorianos.
Poco a poco la noche se va encendiendo, la música se entremezcla mientras se cruza por el callejón, ‘El Chulla Quiteño’ es entonado. Pasacalle compuesto hace seis décadas, nunca será olvidado, aunque el personaje ha desaparecido su canción representativa es una antorcha sembrada en la memoria de Alfredo Carpio, la belleza de la letra cautiva a los visitantes.
Los niños corretean libremente, sus padres admiran la belleza de las casas, una de ellas, la 989 (El Cafeto) invita a un espacio de tertulia y arte, de música en vivo, ambiente alegre y platos tradicionales.
A 20 metros se encuentra el Puente Nuevo, que une la calle Venezuela con la Loja y el barrio de San Sebastián. El Puente Nuevo fue el segundo paso a desnivel de la ciudad, construido de piedra y actualmente iluminada con tonos azulados. Ahora parejas de enamorados transitan por el lugar, se detienen, se susurran al oído y un beso sella la noche.
Foto: María Inés Velasco
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